Aloe vera

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Luego de una larga pausa, decidí dedicar mi primer artículo del 2020 a una de las plantas medicinales más conocidas y utilizadas. Son tantos sus posibles usos, que han dado pie a frases como la que leí una vez en referencia a un político centroamericano: "El fulano X es como el aloe vera: entre más lo investigan, más propiedades le encuentran".

Hay mucho que decir de esta planta tan polifacética, así que un buen punto de partida es su clasificación botánica. El género Aloe comprende alrededor de 500 especies de plantas suculentas, probablemente nativas del sur de África, pero ahora presentes en todo el mundo. Un detalle interesante para los fanáticos de la taxonomía (si es que alguno llega a leer este blog) es que por mucho tiempo se les consideró parte de la familia de las liliáceas (a la que también pertenecen lirios y tulipanes), pero luego de revisiones más recientes basadas en estudios de ADN se les ubicó una nueva familia, la de las asfodeláceas. La especie más usada en forma medicinal tiene como nombre científico Aloe vera, aunque también se le conoce como Aloe barbadensis.  

Dentro de las hojas de aloe vera se encuentra un gel transparente y mucilaginoso, compuesto principalmente de agua y polisacáridos. La piel verde contiene un látex de color amarillo y sabor amargo, el cual contiene antraquinonas y glucósidos. Una de estas sustancias, llamada aloína, tiene un efecto laxante; sin embargo, sus numerosos efectos secundarios y contraindicaciones hacen que no se recomiende su uso interno. En Estados Unidos la FDA dictaminó en 2002 que los laxantes con aloína no se podían considerar seguros, y prohibió su distribución. Por esta razón, es mejor utilizar sólo el gel y evitar ingerir la sustancia amarilla que sale al cortar las hojas. 

Los aloes son plantas que requieren poco cuidado. Si bien en un clima adecuado pueden llegar a alcanzar hasta 1 metro de altura, no están hechas para soportar inviernos fuertes, así que yo los mantengo todo el año dentro de la casa en macetas. Cuando compré la primera planta, me sorprendió ver como rápidamente se formó un "hijo": una pequeña plantita nueva en la base. Es muy fácil propagar la planta cortando estos hijos y poniéndolos en una nueva maceta con tierra. En mi caso llegó un momento en en que tenía tantos aloes que no sabía qué hacer con ellos. Agotados el espacio para poner macetas y las amistades interesadas en recibir plantas, ahora me concentro en las plantas adultas que tengo, y les quito los hijos cuando empiezan a salir. 

Tres de mis aloes comparten una maceta en condiciones un poco hacinadas. 

Al ser una suculenta, el aloe tolera bien el recibir poca agua. Sin embargo, si se quiere usar el gel no es recomendable dejar pasar mucho tiempo sin regar la planta. Cuando les falta el agua, las hojas se ponen delgadas y casi no tienen gel. Sin embargo, basta con comenzar a regar la planta regularmente (en mi caso una vez por semana) para que las hojas recuperen la carnosidad.

El gel de aloe vera es muy recomendado para el cuidado de la piel, por ejemplo para aliviar quemaduras y tratar condiciones como la psoriasis. Me consta que aplicar el gel de la hoja recién cortada refresca y alivia bastante quemaduras de la cocina, y me parece que también contribuye a acelerar la cicatrización. Sin embargo, nunca he hecho un experimento científico que involucre quemarme y ver cuánto tarda la piel en cicatrizar con o sin aloe, así que no tengo datos de respaldo.

Primer paso de la extracción del gel.

Para sacar el gel, corto la hoja con un cuchillo filoso, la pongo en forma vertical sobre papel de cocina para que escurra el jugo amarillo, y luego corto con cuidado las espinas de los bordes y quito la cáscara verde. El gel también se puede usar en forma interna (por ejemplo como parte de un batido de frutas). Hay algunos estudios que indican que puede ayudar a reducir el azúcar en la sangre, sin embargo la evidencia aun no es conclusiva. 

Gel de aloe listo para el uso.

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